Soy el temor, lo siento como arena tibia en el
rostro.
Entonces empuño la espada para
herir y aprieto la pluma para mentir. Me lanzo enfurecido quebrando mis dientes
hacia lo turbio. La pantera permanece en la sombra respirando suave, negra,
hermosa. La niña agita, la niña lesbiana y boba ruge, pobre, extasiada mientras
me decido a atravesar su torso. La niña regurgita excremento y luego un fluido
turquesa para terminar el cuclillas convulsionando. Yo soy la espada y soy la
pluma. La pantera ríe y salta, estira sus patas golpeándome fuerte en la sien.
Caigo. Continúa riendo. Sus ojos inyectados en una rabia mágica explotan y
atacan a la niña desvaída que se entrega
al placer de golpes y moleduras, eyacula. La pantera llora empapada de años
mares pop preparándose para aniquilar a la niña profana que viene hacia mí,
desnuda, plena y pura, inocente y deforme: a veces ciega, ahora tonta; y ya mis
manos lenguas quieren ser. Me tienta y lo sabe. Si tan solo una vez y última…
la deseo y su boca emana turquesa. Se acerca más. Calor. Mi nariz es su pezón,
creo. Algo falla y tuerce el cielo. La desesperación se contrae en mi espíritu
y la espada penetra su vientre. Grita muriendo de placer y de dolor.
Rápidamente salta la pantera para comerme cuando mi pluma azota en una arteria;
la fiera salvaje ríe y agoniza. Vencí, he ganado aunque nada pasa. Increíble.
Ellos deciden levantarse y continuar peleando mutuamente ignorándome. Siempre
me ignoraron, caigo en la desilusión de que no existo, que no me reconocen como
contrincante. Yo solo no soy nadie. Me diluyo. Me arrastro como serpiente en el
polvo. Me hundo. Contemplo como la fiera y la niña se lastiman y gozan; cada
golpe, cada paliza propiciada es digna de emoción. Huelo la saliva de las
mordeduras. Resigno el tiempo en mero soporte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario