El
mundo se detuvo. Yo continuaba mi trayectoria por inercia como todo lo que no
estaba aferrado al suelo. Me creí empujado, volaba por el espacio sin tiempo.
Me sentía más pesado que de costumbre y más lerdo. El viento se enredó a
sí mismo, los mares todo lo inundaron. El magma vio luz por las montañas
mientras los árboles se deshojaban torcidos, crecían torcidos y morían
torcidos. Cada noche duró seis meses, y más también.
Salvo
por los astros yo era feliz, porque en esa carrera contra la persistencia de la
quietud, eran ellos quienes me arrestaban.
Todos
los temores se arrinconaron al este. Despedimos al magnetismo y nos
reconciliamos con la locura. Asfixiado por la perplejidad comencé a correr como
pude, surfeando espinas del inmóvil globo. La incertidumbre, total eclipse, fue
entera.
Rojo.
Ya no se mentía. Azul. Flujo de verdades. Anaranjado. Creer que todo era un
falso despertar.