Guillermina. 29 años. Nació ochomesina. Tuvo
un hermano y después, y para sorpresa de muchos, tuvo una hermana. En segundo
grado hizo de Remedios de Escalada. De chica quería ser veterinaria, pero el
tiempo y el entorno la fueron arrimando a los números. Le encanta el relleno de
las Merengadas. En fin, licenciada en
administración de empresas, vive en Almagro y los fines de semana visita a su
familia en Parque Leloir. Convivió con un novio algún tiempo. Hoy es dueña de
Fermín, su fox terrier.
Sin embargo Guillermina sueña. Sus sueños se parecen a las canciones de
Devendra Banhart pero con menos colores. Empiezan en el departamento
donde hay música, mucha gente, luces. Fiesta. En el comedor hay un cirujano
operando los recuerdos de Guillermina sobre la mesa. No hay sangre, hay más
bien alaridos. De la cama aparecen cucarachas de un tamaño considerable que
recorren todo el barco. En el restaurante llega un hombre de aspecto
sofisticado. Una nena con vestido, dos colitas en el pelo y de rostro glacial,
no puede parar de hablar de porno. Aparece un elfo vestido de sidra bailando
cumbias, todos se ríen y se estiman. En el restaurante, una mesera le pregunta
al hombre de aspecto sofisticado que desea tomar, responde que un vaso con agua
dentro, por favor.
Guillermina es linda y enamora en dos maniobras. Duerme tapada apenas con
una sábana. Descansa.
Una persona conocida pero irreconocible toca el piso. Blanco. Por culpa
del cirujano todos se disfrazan de recuerdo. En el restaurante una señora gorda
y muy maquillada se sienta en la mesa junto al hombre de aspecto sofisticado.
La madre se había encerrado en el baño con un hacha diciéndole a Guillermina
que pidiera perdón y que no le contestara nunca más. Ruidos provienen del
placard. Guillermina ve una puerta de madera cerrada. Ruidos provienen del
Placard. Guillermina ve la puerta de madera cerrada que es la del baño de su
casa. Ruidos provienen del placard. Guillermina – puerta de madera – baño –
madre grita y llora.
Guillermina es fea y nadie la quiso nunca. Da media vuelta, siente secos
sus labios. Descansa.
Se abre el placard, una tribu de indios caníbales confunde a los humanos
con las cucarachas comiéndose a estas últimas. Todo un gesto de lucidez. En el
restaurante, el hombre de aspecto sofisticado bebe vino mirando al más acá
mientras que a la señora gorda y muy maquillada se le caen trozos de
comida a medio mascar de su boca. Accidentalmente, el cirujano añade un caracol
en los recuerdos de Guillermina y Guillermina se sueña a sí misma en la
calle levitando a casi dos metros del suelo como buceando en el aire. Hace ring
– raje, pero la huida es lerda y se fatiga intentado doblar la esquina. La
fiesta está terminando.
Guillermina transpira, se siente sofocada por el calor y despierta sin
recordar nada. Se levanta con ganas de hacer pis. Cruzando la puerta del baño
siente un cosquilleo en la espalda.