Somos
cuerdas, no es ninguna novedad, fuimos cuerdas desde siempre. Cuerdas con
piernas vibrando a un determinado pulso, a esa frecuencia que al pegarnos el
viento de frente nos sacude y en efecto sonamos y resonamos entre nosotros
interpretando sinfonías inexistentes en las avenidas, haciendo eco en algún callejón.
La música es nosotros corriendo para alcanzar el colectivo, discutiendo en los
espejos de las galerías. Cuántas veces hemos sido lira, harpa, contrabajo y
violín sin darnos cuenta. La brisa, la nieve y la lluvia son arcos que apenas
acarician lo tibio de nuestro cabello, lo húmedo, lo nuestro.
Soy melodía, soy silencio. Hay armonía pero no existe salvo para
un árbol espectador, salvo para el pájaro oyéndonos en fatiga sin batuta, sin
pentagrama y sin ritmo.