Madrugar con la noticia que es tu último día, que por más que corras, el cuento no tiene un final feliz, que necesitar de otro siempre va a ser una carencia, que no existe lo que se anhela, que no se anhela sin antes imaginarlo, que imaginarlo es escapar, que escapar es afirmar que no sos feliz.Y cómo quiere uno ser feliz, si madruga con una mala noticia.

lunes, 18 de abril de 2011

Julio, el electrón







Julio vivía tranquilo en su casa de zinc. Pasaba el rato jugando con sus hermanos, rodando día y noche sin parar. Por mas que corriera nunca alcanzaba a ninguno de ellos, cada uno estaba en espacios diferentes, digamos en diferentes órbitas.
 Cierta tarde sintió euforia, un impulso que lo sacó de su hogar, lo arrastró con violencia y sin querer empezó un viaje rápido. Luego de atravesar un sendero angosto de cobre rodeado de colinas plásticas, corrió un callejón de cerámica. Se consideró dichoso al finalizarlo, ya que en su trayecto, varios como él quedaron atrapados y se transformaron, en lo que más tarde conoció como calor. Julio no entendía el sentido del viaje. Esta aventura de rutas de cobre, nubes de estaño y monstruos integrados de varias patas, lo agitaban demasiado.
 Se fue nublando todo el panorama y reposó varias horas en un colchón de poliéster. Se había hecho de noche. Allí se enteró de su porvenir. Según rumorearon, todos eran parte de una rutina. Un viejo explicó detalladamente que estaba dentro de un circuito aburridísimo del cual era víctima desde tiempos remotos y siempre pasaba lo mismo, una agonía perpetua de ir y venir por todos lados.
 Apenas sintió un frío temor por lo enterado, lo envolvió otra vez esa vieja sensación de euforia, una excitación que le obligó a continuar su rumbo. Primero pasó un pabellón de germanio mientras se acercaba desde el horizonte un lago de silicio. Por esas cosas de la vida, se vio amontonado con otros en lo que parecía un gigantesco anillo. Se percibía una locura colectiva, todos sufrieron un empuje atroz. Salió despedido a una gran velocidad y pasó a través de obstáculos que lo golpearon no pudiendo distinguirlos de los fugaces que fueron. Asustado por su futuro, no pudo evitarlo y comenzó a llorar. Lloró como nunca antes había llorado en toda su vida. Lloraba desde el alma, desde el corazón, con ganas y espasmos. Lloraba por todos sus poros. Un llanto desesperado había conjurado angustia en su ser. Justo cuando sentía el fin de la vida, comenzó a llover. Llovía una pintura verde, verde silicatodefósforo y en una eternidad que duró un instante Julio estaba empapado de verde, y como él, otros miles más. Una vez escampado el chaparrón, sufrió una experiencia única, desfiló por una pasarela de vidrio y vio como era observado por seres enormes, deformes, que no le quitaban la vista de encima; ojos que parecían municiones de cañón. Se sintió intimado por los gigantes que estaban del otro lado perplejos por su paseo, mas no vaciló y continuó su ciclo.
 Julio falleció a la edad de ciento tres mili segundos por causas naturales: las fatigas y las sesiones de duchas verdes carcomieron lo mejor de su humor. Nunca se enteró o creyó ser un electrón. Estimaba que la vida no revela su propósito a quien cumple con su vocación. Tranquilamente pudiese haber nacido astilla, glóbulo rojo o bacilo de koch, pero nació electrón y como electrón murió, absurdo.



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